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Eleonora

Eleonora

Fecha de publicación: 15 de marzo de 2018

En cuanto viste sentarse a Eleonora enfrente tuya te percataste de su miedo. A veces, el motivo del mismo se mantiene oculto a lo largo de la consulta, y te tienes que esforzar por desvelarlo a base de intuición y preguntas indirectas, hasta que termina por caer por sí solo como la gota de agua que se derrite de un carámbano suspendido del techo de un edificio. Cuando esto ocurre, suele ser porque no hay aún suficiente confianza entre médico y paciente, o la vergüenza, compañero fiel del miedo, le impide mostrarse con angustia en forma de lágrimas, hipidos o muecas de dolor, pero los temores siempre se escabullen por los poros de la piel y son capaces de fijar arrugas en la frente o conferir un andar precavido como una ortesis que limita los movimientos del tórax de un adolescente escoliótico, y de alguna manera u otra lo puedes ver, incluso oler, aunque no se verbalice. Otras, por el contrario, la persona sucumbe de entrada, porque recurre a tí como último y desesperado recurso, o bien porque es un torrente desbordado que no conoce presas ni canales, y sea de una manera u otra el caso es que se sitúa en el centro de todo el encuentro como el estigma en una flor, con los pétalos en torno a él, que se dibujan saliendo de él y que vuelven recurrentemente a él hasta completar la silueta de la flor, y entonces tratas de sacar a la persona de su miedo pero te lo vuelve a nombrar una y otra vez, se vuelve pegajoso como la miel, pero amarga, pringándolo todo.


El temor de Eleonora era del primer tipo, se veía a la legua pero al mismo tiempo estaba escondido. No era miedo como tal, sino que te trataba con excesivas precauciones. No sabías por qué, y estabas intrigado.


Vengo a que meta usted este medicamento para la tensión en la tarjeta, que no me sale en la farmacia. Te preguntas por qué no le sale. Debió haberlo retirado de la farmacia hacía unos días, pero no lo hizo. En otras circunstancias igual no te hubieras parado y la hubieras metido en la receta electrónica y la hubieras despachado rápidamente, pero pensaste que igual el desasosiego tenía que ver con la pastilla de la tensión, o no, quizá era sólo el señuelo, y según cómo gestionaras el desencuentro me contaría otro problema que a su vez os llevaría a otro problema detrás del cual debiera estar el verdadero motivo del miedo que la traía sinuosamente a tu consulta. Así que comenzaste a indagar el origen de lo que técnicamente conocemos los médicos como “falta de adherencia terapéutica”. A veces es un simple descuido de unos días, un pequeño descanso como quien se va de puente a Roma en medio de un proyecto inacabado, otras un desfase provocado por querer comprarlas antes de tiempo, y entonces intuyes angustia por quedarse sin pastillas y que se conviertan en realidad los peores augurios, a veces el problema es que el paciente recela del medicamento, o del propio médico, y solo lo toma ocasionalmente, o lo hace los días antes de ir a la consulta, en ocasiones uno quiere engañarse imaginándose una vida sin fármacos o por el contrario soñando que tomándose más de la cuenta las amenazas se esfumen como la niebla por el calor del sol del mediodía.


Entonces, Eleonora te mira indecisa, un silencio de un segundo, y se lanza. Es que, quería contarle, que esas pastillas no me sientan muy bien. Me dan como hinchazón en los labios y en la boca, y a veces una especie de fatiga que me recorre la parte alta del pecho, y me obliga a detenerme allí donde esté caminando. Le preguntaste cuándo habían empezado esos síntomas y te respondió que justo después de comenzar a tomarlas. La historia clínica aclaró el momento exacto: hace trece meses, cuando el médico anterior hubo cambiado por este rutilante nuevo antihipertensivo los primeros comprimidos para la tensión porque le daban tos. Muchos meses, se te hacían a tí. ¿Por qué no se lo comentó al médico que le estaban dando esos problemas? Mire, al principio pensé que eran cosas mías, que en realidad no era para tanto, pero cuando ya ví que no, vine a decírselo a Don Manuel, pero él me hizo sentir como que me lo estaba inventando, me pidió que no leyera los prospectos, que me las tomara y punto, y entonces yo le hice caso, pero los problemas seguían. Y entonces hice la prueba: aprovechando que fui a Madrid a ver a mis hermanas, dejé de tomarlas una semana, y esa hinchazón cedió, y al volver seguí con las pastillas y volvieron a aparecer otra vez. Vine a Don Manuel, pero no me hizo ni caso, que no había otras pastillas. Por si me estaba volviendo loca, probé de nuevo hace unos días a no tomarlas, y la hinchazón se me quitó, como la otra vez, y yo ya, usted me disculpará, pero no quiero seguir con ellas.


Eleonora ya no estaba contraída por el miedo...


 

Enrique Gavilan Moral
Médico de Familia, Plasencia (Cáceres)



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