Actualidad
Inmigrantes: Distintos e iguales

Inmigrantes: Distintos e iguales

Fecha de publicación: 26 January 2016

Un texto de José Luis Turabián, Secretario de Redacción de la revista Dimensión Humana, publicado en el nº 4 especial Congreso de noviembre del 2001.



Yo también me siento inmigrante.


Parte de mi familia vino de Armenia, en la época del genocidio en ese país. Ya saben ustedes, a partir de 1890 estando Armenia ya bajo el Imperio Otomano, los gobernantes turcos se aplicaron a exterminar sistemáticamente a los armenios, y alcanzó su máximo exponente en 1915. Pereció más de la mitad de la población, y otros muchos hubieron de dispersarse por todo el mundo. Fue el primer genocidio del siglo XX (y olvidado), y con ello millones de emigrantes. Era otro momento de la historia.


Pero hoy día el problema de los desplazamientos masivos de refugiados e inmigrantes, adquiere junto con su dramatismo vital una nueva significación ya que cuestiona una forma de entender los derechos del hombre, las culturas, y las características del Estado nacional moderno.


Los ciudadanos europeos asistimos con una mezcla de turbación, angustia y desconfianza al fenómeno migratorio, que va a cambiar, en sólo unos años, el perfil de la vida cotidiana. Europa entera está destinada a convertirse en una sociedad multicultural y multirracial que va a parecerse muy poco a la que hemos conocido las actuales generaciones.


Esta transición cultural causada por el fenómeno migratorio constituye un problema de tal envergadura que cualquier parcialización, cualquier deformación, puede llevar a conclusiones totalmente erróneas o, lo que es peor, a acciones totalmente equivocadas y contraproducentes. Sólo a partir de una comprensión más amplia del fenómeno, tomando en cuenta variables económicas, políticas y sociales, es posible iniciar su entendimiento.


Resulta imposible separar la cuestión de las migraciones de las teorías de la marginalidad. ¿Qué mueve a miles y miles de personas a abandonar la tierra de sus padres, de sus antepasados? ¿Cómo se explican las migraciones que terminan por ser definitivas? Hay una sola, una única y primera respuesta, que encuentra el fundamento en razones de tipo económico y de sufrimiento humano: se trata de la supervivencia física de millares de seres. Sólo a partir de esas causas fundamentales es posible reconocer otros motivos, como la falta de servicios básicos, de educación, de acceso a sistemas de salud y de comunicación, etc.


Los movimientos de población han estado vinculados a lo largo de la historia a la búsqueda de mejores condiciones de vida. No es posible separar este fenómeno de las circunstancias económicas, tanto del país de origen como del de destino. Si bien en épocas anteriores el flujo inmigratorio ha sido tolerado o acogido de buen grado por los países de recepción, en la actualidad muy frecuentemente se considera un problema o un factor potencial de futuros desequilibrios sociales. La actitud generalizada de los actuales países de recepción es, en esencia, enfrentar el fenómeno estableciendo políticas de control estricto y restricción de entradas, argumentando, en ocasiones, la defensa de los niveles de bienestar nacionales y el equilibrio del mercado laboral.


Sin embargo, mientras persistan los problemas que constituyen la base misma de las migraciones, la pobreza, la marginación, la superpoblación y las guerras y la violencia de todo tipo, mientras las economías de los países ricos sigan demandando mano de obra “barata” para la globalización de los mercados, estos movimientos de población van a continuar.


Un niño nacido ahora en Mozambique, África, considerado uno de los países de mayor índice de sufrimiento humano del mundo, probablemente morirá en los primeros meses de vida porque no puede ser vacunando contra la difteria, tosferina, tétanos, sarampión y tuberculosis. En el supuesto de que sobreviva a las primeras miserias de su entorno, tendrá que luchar contra la falta de agua potable, y pasará a engrosar el batallón de un quinto de los habitantes del mundo que pasan hambre. Si viviera en los países desarrollados dispondría de un exceso de calorías superior al 50%. Cuando este niño crezca tendrá serias dificultades para acceder a algún tipo de formación, ya que la mitad de los niños no son escolarizados. Si llega a la edad de trabajar, su renta per cápita anual no será mucho mayor de 25.000 pesetas (150 euros), mientras que en los países desarrollados esta cantidad sobrepasará el millón y medio (más de 9.000 euros). No dispondrá de teléfono. Sus derechos políticos y civiles prácticamente no existirán. Su expectativa de vida estará alrededor de los 48 años. Si le hubiera tocado vivir en Europa occidental habría llegado hasta los 75 años.


El porcentaje de población extranjera en España se encuentra muy alejado de las cifras de otros países europeos, pero las decisiones de los sucesivos gobiernos y las distintas normas publicadas desde los años 80, han tendido a restringir la entrada de inmigrantes en nuestro país y, por ende, en el espacio comunitario. Un análisis superficial permite ver que en general en nuestro país los programas de asistencia y de ayuda a los emigrantes no han tenido el efecto deseado, debido no sólo a los escasos recursos disponibles y a la falta de continuidad de los diferentes programas, sino también a la doble moral del “Estado del bienestar” y la propia realidad del país o la mentalidad de sus ciudadanos (véase el artículo “Inmigrantes” de Xavier Rubert de Ventós, en este número de HUMANA).


En este panorama no podemos olvidar los episodios que reflejan las tensiones interraciales y los prejuicios y discriminación de toda clase que existen en esta sociedad multirracial y multiétnica. Episodio de racismo entre personas del país de recepción y extranjeros y nuevos inmigrantes. Además, hay que constatar con tristeza y rabia que en la atención sanitaria de nuestro país hay compañeros que discriminan a sis pacientes por razón de raza, género, sexualidad, religión o color de piel y que están ahí, a nuestro lado en las consultas y en los hospitales (véase el artículo de “Soy inmigrante… ¿y qué?” de Vinita M. Mahtani Chugani).


El prejuicio, los estereotipos, la discriminación, el racismo o el sexismo están sustentados por procesos psicológicos afines. Son sesgos, actitudes o tendencias específicas que utilizamos cuando evaluamos a un grupo social o a uno de sus miembros. El prejuicio antecede al juicio – se deduce una opinión y se actúa contra algo o alguien tan sólo a partir de un breve análisis – y  no se sostiene cuando se somete a un escrutinio racional y objetivo. Dar crédito a estas conclusiones conduce fácilmente a distorsiones y errores de la realidad.


A pesar de la larga lista de planes y acciones que se han llevado a cabo en diferentes países, si nos guiamos por los resultados, comprobaremos que muchos de los problemas de educación, salud, vivienda, trabajo, servicios mínimos… lejos de solucionarse, tienden a aumentar y agravarse. En general, estos programas se mueven entre el asistencialismo paternalista o la participación espontánea de poblaciones sin incentivos, ni capacidades, ni organización.


Un ejercicio de mínima coherencia nos llevaría a tomar medidas tendentes a propiciar el desarrollo de los países origen de la inmigración: sin embargo, para nuestro sistema político-económico actual el precio de la inmigración (fundamentalmente el costo de las acciones tendentes a reprimida y limitarla) es considerablemente menor que el cambio de las estructuras actuales.


La política de inmigración, articulada en normas y decisiones de la Administración, y la percepción que se transmite a la sociedad, nos liga el fenómeno a los aspectos laborales del mismo y a la integración del colectivo de inmigrantes en el mercado laboral. Sin embargo, si miramos “su cadena epidemiológica” veremos que son la pobreza, la incapacidad para subsistir (al margen de las discriminaciones, las persecuciones, los conflictos civiles, la guerra), la causa primera y el origen del flujo inmigratorio, siendo la búsqueda de empleo una consecuencia necesaria.


Es evidente que la población inmigrante constituye un colectivo especialmente vulnerable el hecho de ser objeto de los mecanismos de exclusión social, concepto más amplio que el de pobreza y que supone la ausencia de participación en los intercambios, prácticas y derechos sociales que configuran la integración social. Los factores que dan lugar a la exclusión social de ciertos colectivos inciden en el ámbito del empleado, el desempleo de larga duración, las dificultades de inserción laboral, reflejo de una crisis generalizada del empleo: la ausencia de vivienda estable, que condiciona el acceso al trabajo, a los medios de asistencia social y a la salud. La ausencia de unos niveles mínimos en cada uno de los aspectos antes relacionados incide negativamente en el proceso de integración social del colectivo.


La migración tiene consecuencias para aquellos que lo hacen y para aquellos que reciben a los inmigrantes. Entre otras áreas, en la atención sanitaria la inmigración produce un aumento de la demanda de atención primaria, con dificultades de idioma, diferencias culturales, problemática psicosocial, grave situación de indefensión y el desamparo, y patologías no habituales (S), por lo que se requieren unos recursos, una colaboración con otras agencias, y una formación específica para abordar estas situaciones (véase el artículo de “Consulta para inmigrantes sin papeles: una experiencia más allá de la medicina” de Ana Benito Herreros).


Entre los principales factores que dificultan el ajuste o adaptación al nuevo país, se encuentran las incongruencias lingüísticas y etno-culturales, las leyes y normas respecto de la protección de menores, los problemas en la relación de los padres con la escuela de los hijos(as), el caos percibido por los inmigrantes, la violencia urbana y pobreza real del medio ambiente, las dificultades en la protección de lo íntimo, el conflicto de roles femenino y masculino, los cambios en la dinámica familiar etc. Otra vez hay que destacar la necesidad de que los profesionales de la salud tomemos en cuenta estos factores cuando trabajemos con familias de inmigrantes, con el fin de fomentar una transición adecuada.


Como dice Rigoberta Menchú: “¿es este mundo globalizado el que queremos para nuestros hijos? La mundialización de las finanzas y de la especulación bursátil, del narcotráfico, de la pobreza y la marginación, del exterminio de la naturaleza y de la destrucción de la esperanza en el planeta. ¿Debemos permitir la imposición de un pensamiento único que lleva a que sólo una minoría privilegiada – el 20% de la población del mundo – consuma el 80% de los que produce nuestra Madre Tierra, dejando migajas más reducidas a las grandes mayorías?”.


Bibliografía

1.       Oganesian G.Armenia. Moscú: Editorial de la Agencia de Prensa Nóvosti; 1987.

2.       Refugiados y ciudadanos. El País 15 de julio 1993: Temas de Nuestra Época.

3.       Prieto Castillo D. Comunicación y percepción en las migraciones. Barcelona: Serbal/Unesco; 1984

4.       Chaves González. M. España y la inmigración. El País 28 de septiembre 2001: OPINIÓN: 25-26.

5.       5. JFB. Retrato del “infrahumano”. El País 18 de julio 1992; SOCIEDAD 20.

6.       Xaro Sánchez. La Vanguardia 13 de octubre de 2001

7.       Foro para la Integración Social de los Inmigrantes

8.       Marín Laso MA. El paciente inmigrante en atención primaria. ¿Estamos preparados? Atención Primaria 2001; 28 (2): 89-90

9.       Rigoberta Menchú Tum. “Todavía estamos a tiempo”